El verano, por el momento, ha terminado aunque me haya abrazado a sus piernas intentando robarle el corazón. Ha corrido más de la cuenta sin tenerme en cuenta ni un poquito. Para hacer de la necesidad, actitud y vencer las catástrofes que no saben a naturales.
Por el momento, lanzarse al desenfreno nunca salió tan bien. Sin buscarnos un por qué y encontrando la mejor manera de empezar un plan irrebatible. Inesperado e imprevisible como historias de noche que mañana no querremos recordar. Por el momento, finiquitar la desdicha con miles de cajas de buena suerte. Y tomárselo a risa que funciona casi siempre.
Por el momento, tirarse de cabeza a las calles, lo mejor para no perderla, la cerveza como una inversión a plazo fijo y abrazarse hasta las tantas con tantos como sepan que no nos abraza un cualquiera.
Por el momento, beberse la vida a copas de balón, bailar hasta caer rendidos a los pies que lleven puestos unas Stan Smith y cantar sin saber qué cantamos en cualquier antro del centro de Madrid.
Y Madrid, qué ciudad tan puta. De verdad, qué ciudad tan fresca. Y que somos de salir hasta vencer a la hora golfa. Para aprender técnicas de supervivencia y acabar muertos de risa.
Y querer a muchos a la hora precisa. Y que nos quieran todos una noche cualquiera. Y qué tendrá que ver el corazón con lo que esconde el pantalón.
Y los malos tragos, de alcohol del bueno. Y que los problemas tengan hueco en el felpudo. Y las historias, a dormir en el sofá. Que el futuro nadie sabe. Que del pasado, Dios dirá. Adiós, noches de cuento, al menos, por el momento.
Ángel Ludeña