Dice el tiempo que va a seguir lloviendo hasta que el cielo toque el suelo y se decida por volver a seguir. O sí, quién sabe si a estas alturas los tiempos bajos siguen computando como una opción destacada.
Y como figura para recordar, la de quien siempre acertaba en las previsiones habituales de encuentros por casualidad. Y qué improbable resulta que se convierta en fácil lo que a priori pinta complicado. Tema de no tratar.
Tirándote de cabeza a los errores y repitiendo todas las veces que sea posible. Que de historias improbables no entiende ni la primavera, ni el verano. Igual podíamos haber saltado hasta ahí y ahorrarnos los ciento y un llantos que se avecinaban por la zona norte de una ciudad que pinta fiesta. Cuadros de óleo y acuarela y esa necesidad de no entender por qué cojones siempre hay un bar abierto donde echar el miedo y ponerte a saltar. Como salto yo. Y como tan bien saltaba entonces.
Y por cuestión de actitud tenemos excusa en eso de recuperaciones exprés cuando el curso está casi perdido. Y de cuantos por si acaso están llenos los fallos y aciertos que estáis dispuestos a cometer. Con la suerte en tus brazos y abrazos que saben a fuertes. Lo que vas a tener que ser por cojones y con rotundidad si quieres ponerle buena cara al asfalto y llenarte de laca el tupé.
Por eso de no dejar nada dicho y todo pendiente. Apostar sobre seguro para no ganar nada y perder menos aún. Y nada común eso de pintarlo todo malo para que tampoco lo sea tanto.
Y que si cambio sea por el flequillo o por pillarme un par de pitillos que peguen con el buen tiempo. Y que tampoco pasa nada cuando ya ha pasado mucho. Y que vamos a seguir sonando al ritmo que va pisando un terreno a priori hostil. Para cerrar los ojos, coger aire y dejar que corra el baile.
Ángel Ludeña.